LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER...
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sábado, 13 de diciembre de 2008

EL HUMOR DE DIOS


Dios y el humor
Tres historias diferentes, llenas de alegría. Tres anécdotas en las que la soberbia juega malas pasadas a los protagonistas, más preocupados por cuidar las apariencias que por la rectitud de sus acciones.


TRES MUJERES Y SUS HIJOS
Tres mujeres hablan sobre las bondades de sus hijos. Dice la primera:
–Estoy contenta de que se haya dedicado al sacerdocio: cada vez que entra en una sala, la gente lo mira con respeto y dice: "¡Padre!"
Los ojos de la segunda brillan, y comenta:
–Yo estoy más contenta todavía; mi hijo no sólo se ha dedicado al sacerdocio, sino que hasta lo han nombrado cardenal. Así, cuando entra en una sala, la gente baja respetuosamente la cabeza, le besa la mano y dice: "¡Su Eminencia!"
La tercera mujer permanece en silencio. Las otras dos giran hacia ella y le preguntan:
–¿Y tu hijo?
–Bueno, mi hijo..., mide un metro ochenta, es rubio, tiene ojos azules. Cada vez que entra en una sala, la gente lo mira y dice: "¡Dios mío!"


EL TAXISTA Y EL PADRE
Cuando el padre murió, fue directo al paraíso. Al llegar allí, fue bien recibido por San Pedro. Paseando por los jardines, de repente se dio cuenta de que un taxista de su parroquia, que había fallecido algunos años antes en un accidente de coche porque conducía muy mal, ocupaba una esfera más alta en la jerarquía celeste.
–No lo entiendo –se quejó el padre a San Pedro–. Dediqué mi vida entera a mi congregación, ¡y ese hombre no hizo nada para merecer estar aquí!
–Bueno, aquí en el cielo siempre damos importancia a los resultados. Contéstame a una cosa: ¿la gente estaba siempre atenta a lo que decías?
–La verdad: debo confesar que no siempre conseguía expresar de forma clara la importancia de la fe. A veces veía que mis parroquianos se dormían durante los sermones. –Pues ahora entiendes por qué este taxista tiene tantos privilegios aquí. Cuando la gente subía a su taxi, hasta los ateos se convertían: la gente no sólo permanecía despierta todo el rato, sino que no paraba de rezar.


MANTENER LA PALABRA DADA
Dos hermanos, de pésimo carácter, acostumbraban explotar a los trabajadores de su aldea. Pero, para mantener las apariencias, frecuentaban la iglesia los domingos.
El antiguo pastor decidió jubilarse y enviaron a otro a ocupar su lugar: un hombre joven, con fama de decir siempre la verdad y poseedor de un inmenso carisma.
Lleno de entusiasmo, este pastor decidió emprender una serie de reformas en el templo. Cuando comenzó la colecta de donaciones entre los fieles, uno de los malvados hermanos murió.
En la víspera del entierro, el otro hermano buscó al pastor y le entregó un cheque por la cantidad necesaria para terminar las obras que estaban realizando.
–Pero hay una condición –dijo–. Mañana, llegado el momento de encomendar el cuerpo, deberá decir que mi hermano fue un verdadero santo. Sé que usted jamás falta a la palabra dada.
El pastor prometió hacer lo que le pedía, aceptó el cheque y lo cobró.
Al día siguiente, cumplió su palabra:
–Este hombre fue una mala persona –dijo durante la ceremonia–. Explotaba a los más pobres, prestaba dinero con intereses draconianos, engañaba a su esposa y abusaba de los más débiles.
Tras una pausa, concluyó:
–Sin embargo, comparado con su hermano, que todavía está entre nosotros, el muerto fue un verdadero santo.

(*)Fuente: © Paulo Coelho.

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