I
Cantarinas pompas de jabón zigzaguean por el glóbulo hiperbólico de las tarántulas en flor que se calcinan por entre los senderos cuánticos de la estrella del rocío cuando anidan los primeros arrullos del llanto de las culebras primerizas que pastan en los pesebres de la primavera. Pululan las madreselvas por las membranas místicas en las rocas vibrantes de la verde música que recupera los líricos estertores de plácidos anillos, cántaros pútridos, verdades juguetonas, cóncavos martirios de la plazoleta libertina.
Cual inquietante tornasol mezquino, aleluya prístina, alcornoque ambivalente, marsupial en flor, cae la piedra del rocío, regando los primeros estornudos de la quintaesencia del olvido que canta su máxima contrapartida en los senderos consuetudinarios de la joven nave herida. Así, saltan por el hielo granizado de piensos violetas los sentimientos canonizados, crucificando mármoles entrecerrados y purificando mariposas torpes, mientras las bolas de fuego se deshidratan entre las colas arremolinadas del destino.
Cual inquietante tornasol mezquino, aleluya prístina, alcornoque ambivalente, marsupial en flor, cae la piedra del rocío, regando los primeros estornudos de la quintaesencia del olvido que canta su máxima contrapartida en los senderos consuetudinarios de la joven nave herida. Así, saltan por el hielo granizado de piensos violetas los sentimientos canonizados, crucificando mármoles entrecerrados y purificando mariposas torpes, mientras las bolas de fuego se deshidratan entre las colas arremolinadas del destino.
II
El pájaro herido zapatea sobre la arena húmeda cantando un himno al sol, pero tiembla al recordar los versos prohibidos; en cambio, los cangrejos saltarines danzan alrededor del reflejo de la luna en el charco humeante de color carmín. Allí suenan los tambores, danzan los violines, planean las flautas, se esconde la melodía y los duendes se alinean esperando la salida del sol. En ese momento vuelan las torcazas y, huyendo del viento que gime desde el sur, planean sobre los campos ateridos de frío donde las lechuzas bífidas hacen centellear sus ojos para mandar mensajes de guerra a las tribus vecinas.
Cuando comienza el combate, los arácnidos levantan sus patas traseras, las víboras se elevan y vuelan por el campo haciendo sonar las trompetas, los duendes sacan sus espadas, y avanzan hacia el centro de la tierra. Todo está preparado para la fiesta.
Cuando comienza el combate, los arácnidos levantan sus patas traseras, las víboras se elevan y vuelan por el campo haciendo sonar las trompetas, los duendes sacan sus espadas, y avanzan hacia el centro de la tierra. Todo está preparado para la fiesta.
(*)Fuente: Myriam Goluboff